Santos y Beatos
Santa Rosa de Lima: Cuyo nombre de nacimiento fue Isabel Flores de Oliva, nació en Lima en 1586 y falleció en 1617. Fue una hermana de la tercera Orden de Santo Domingo, reconocida como la primera santa de América. Conocida por su profunda devoción y su vida de penitencia, Rosa dedicó su vida a la oración y al servicio de los demás. Su ejemplo de fe y caridad la convirtió en una figura venerada, especialmente en Perú y en toda Latinoamérica. Su canonización en 1671 consolidó su lugar en la historia religiosa.
San Martín de Porres: San Martín de Porres, el primer santo mulato de América, nació en Lima el 9 de diciembre de 1579. Hijo de un noble español y una mujer negra libre, fue hermano cooperador del convento de Santo Domingo en Lima, y se hizo conocido como el santo de la escoba, se le representa a menudo con una escoba, simbolizando su humildad y servicio. Su vida estuvo marcada por la caridad y la ayuda a los más necesitados.
San Juan Macías: San Juan Macías, religioso dominico español, nació en Ribera del Fresno, Extremadura, en 1585. Huérfano a temprana edad, se dedicó al pastoreo. Posteriormente, se trasladó al Perú, donde evangelizó desde 1620. Falleció en Lima el 16 de septiembre de 1645 y fue canonizado en 1975 por Pablo VI. Su vida se caracterizó por la humildad, la caridad y la devoción religiosa.
Beata Ana de los Ángeles Monteagudo: Nació en Arequipa el 26 de julio de 1602, hija del español Sebastián Monteagudo de la Jara y de la arequipeña Francisca Ponce de León. Conforme a costumbres de la época, Ana fue internada por sus padres en el monasterio de Santa Catalina. Vuelta al hogar por decisión de sus padres, no le satisfacieron los halagos del mundo ni las perspectivas de un ventajoso matrimonio. Deseaba hacerse religiosa y lo puso en práctica ante la indignada reacción de sus padres. Soportó con paciencia y ánimo invicto las contrariedades y emprendió la senda de la perfección. En 1618 inicia el noviciado y añade a su nombre el apelativo «de los Ángeles». La aspereza de la vida conventual no la arredra. Vive con entusiasmo el ideal de Domingo de Guzmán y de Catalina de Siena. Con el tiempo llega a ser Maestra de novicias y Priora (1647). Acomete con energía la reforma del monasterio. Amonesta y corrige, anima y promueve. Además de las profesas, habitaban por esa época en el monasterio cerca de 300 personas, no todas imbuidas del deseo de perfección. La obra de Ana de los Ángeles chocó con oposiciones tenaces. Sor Ana atendió, asimismo, abnegada y heroicamente, a las víctimas de una peste que azotó Arequipa. Tuvo altísima oración, esmerada perfección en las virtudes propias de la vida religiosa, serenidad y paciencia en los sufrimientos. Falleció el 10 de enero de 1686. Beatificada en Arequipa por Juan Pablo II en 1985.
