oración

En la vida de las monjas contemplativas dominicas, la oración es un elemento central y fundamental, no solo como una práctica devocional, sino como el núcleo mismo de nuestra existencia y vocación. La oración, en sus diversas formas, estructura nuestro día a día y define nuestra relación con Dios y el mundo. Especialmente la Oración litúrgica que  es la cumbre a la cual tiende la actividad de la Iglesia y, al mismo tiempo, la fuente de donde mana toda su fuerza” (Sacrosanctum Concilium 10). 
Esta definición de la liturgia explica muy bien porque el centro de la vida de las monjas dominicas está regido por la distribución de estas horas litúrgicas de oración, pues es la continua alabanza y la continua oración que se ofrece ininterrumpidamente a semejanza de la alabanza eterna que recibe Dios, la cual se nos ilustra muy bien en el libro del apocalipsis. La liturgia, es glorificación perfecta de Dios y causa eficaz de nuestra propia santificación, alimenta nuestra vida dominicana.
Por otro lado, la misa conventual es el centro de la liturgia de la comunidad. Por eso, la vida misma de una dominica es una alabanza día y noche que se alimenta y se vigoriza de un solo Pan y un mismo Cáliz y por esta “ofrenda espiritual” rogamos al Padre haga de nosotros una “ofrenda eterna” para sí. En nuestras comunidades la celebración diaria de la Eucaristía reviste siempre carácter de solemnidad, si bien tenemos muy en cuenta las peculiaridades de las diversas celebraciones litúrgicas. Así pues, la celebración solemne de la Eucaristía junto con la celebración del Oficio Divino envuelve las veinticuatro horas de cada día en nuestra vida consagrada. Es la actividad más importante. A este fin todos los días se dedica un tiempo, a nivel de comunidad, para preparar dichas celebraciones, procurando no dar cabida a la improvisación. Nos viene de herencia de nuestro Padre Fundador, Santo Domingo, el amor a la liturgia. Se dice de él que celebraba con gran fervor la Eucaristía y que, asistiendo con los frailes al canto del Oficio Divino, los animaba e iba de un coro a otro estimulándolos en su fervor.
Para finalizar toda la jornada monástica, en nuestros monasterios cantamos al final de la oración de completas la Antífona “Salve Regina” Es una tradición en la Orden que conservamos con delicadeza y devoción. Es el momento de ponernos a los pies de la Madre de Dios e invocar su protección. Queda así envuelta toda nuestra vida en una única experiencia litúrgica que se convierte en alabanza a Dios-Trinidad.