El Silencio

El silencio es fundamental en la vida de las monjas dominicas contemplativas, ya que nos permite una profunda conexión con Dios. El silencio se presenta como un medio para la oración, la reflexión y la contemplación de Jesucristo. A través de la práctica del silencio y la penitencia que muchas veces puede conllevar, las monjas damos testimonio de la presencia de Dios, de modo que la clausura, a menudo asociada al silencio, facilita este camino de búsqueda espiritual, permitiendo una vida enfocada en lo esencial: la contemplación y la invocación de Dios. Es por ello que Santo Domingo, no solo lo vivió, dentro y fuera del monasterio, incluso cuando hacía sus agotadores viajes de misión, sino que también se lo exigió a sus frailes y hermanas. Pues si no guardaban el silencio, no se podría construir ese espacio de interioridad, y preparación donde nacen palabras sinceras y llenas de verdad que tienen un mayor impacto en quienes escuchan. La verdadera predicación y enseñanza nacen de una escucha profunda y de la empatía que surge al escuchar atentamente, hacer un buen discernimiento de lo que recibimos, y dar respuestas de según la verdad del Evangelio, algo que el silencio favorece. 
De cara al mundo, el silencio es también una declaración de resistencia frente a un mundo ruidosamente superficial. En esa quietud, las monjas mostramos que la verdadera fuerza reside en la humildad, en la confianza en Dios y en la autenticidad.
En resumen, el silencio en la vida contemplativa dominica no es solo un acto de retiro, sino un espacio donde se fortalece la misión de proclamar la verdad con palabras y acciones que nacen de una profunda conexión con Dios.